Non può vivere bene chi non è in pace con il suo corpo.

Maria Raffaella Dalla Valle
IL DIARIO

domenica 28 agosto 2016

Curando personas, no solo heridas - Juan Ortega (Es)


Entrevista sobre el libro  

Usted es un experto en el psiquiatra Viktor Frankl, que escribió sobre el sentido del hombre y del dolor. ¿Qué se puede decir cuando alguien no entiende por qué le ha tocado una enfermedad o desgracia?

Lo primero es escuchar, comprender, hacerse cargo de los sentimientos del otro, consolar y compadecer. De este modo el dolor se comparte; y un dolor compartido, decía Frankl, ya en algo disminuye. No se necesitan muchas palabras, sino alguien que nos eche una mano. Ojalá nadie sufriera solo.

Del diálogo, del encuentro con otras personas que nos quieren, surge un nuevo significado de la vida y del dolor. Al ver nuestra existencia entrelazada con la de los demás es más fácil intuir que el sufrimiento tiene un sentido, aunque continúe siendo un misterio. Elpor qué me ha tocado a mí abre paso a un para qué: a cada uno toca descubrirlo. 

La enfermedad o la desgracia inevitable admiten numerosas actitudes. He visto a muchas personas crecer ante los infortunios, con un proyecto nuevo, esforzándose, por ejemplo, en mantener la alegría por amor a alguien. Las circunstancias dolorosas se transforman en camino de madurez.

Para un cristiano, además, brilla la figura de Jesucristo, que experimentó por amor el sufrimiento físico y la angustia psicológica de sentirse abandonado. Siempre recordaré las palabras de consuelo que me dijo un día un sacerdote: también Jesús lloró por la muerte de Lázaro. Y qué paz nos da poder rezar como el Papa Francisco: Señor, yo no lo entiendo, pero confío en ti.



Los cristianos vivimos la fe en nuestra existencia cotidiana: ¿con  fe disminuye el riesgo de caer en enfermedades mentales?

Son muchos los factores, tanto internos como externos, que influyen en la salud mental. Desde una predisposición genética, hasta una conducta discordante con la naturaleza humana; desde experiencias traumáticas, personales o familiares, a circunstancias del clima o la sociedad, como la falta de luz de los países nórdicos o la pobreza extrema y la guerra en otras latitudes.

En este amplio marco, deseo referirme a uno decisivo y muy actual: vivir de acuerdo con la identidad de mujer o de hombre es fundamental para conseguir una personalidad armónica. Y esto es, en la opinión de muchos profesionales, el mejor modo de prevenir enfermedades mentales. También por esto es grave que se haga dudar a los niños de su propia identidad masculina o femenina, como ha advertido recientemente el colegio de pediatría norteamericano.

¿Y, en concreto, cómo influye la fe? 

Toda persona, creyente o no, puede llegar a un buen conocimiento de sí misma y madurar un proyecto coherente con las disposiciones de su ser. Sólo la fe vivida con coherencia ayuda a prevenir y afrontar mejor la enfermedad. Sólo esta fe hace entrever en el horizonte otra vida y estimula la esperanza que protege del pesimismo.
La certeza de que esta existencia se acaba y de que alguien nos espera para preguntarnos si lo vivido ha valido la pena, si hemos cumplido la misión, es una llamada más a la responsabilidad. Saber que hay alguien interesado por nosotros, que nos quiere y espera una respuesta, nos mueve a vivir conforme a la realidad de nuestro ser: en expresión de Frankl, ya no nos preocupamos tanto de lo que esperamos de la vida, sino de lo que la vida espera de nosotros. Esta visión de futuro sustentada por la fe es una buena protección.

¿Qué puede hacer la familia de una persona con trastornos mentales?

El sufrimiento de la enfermedad mental aumenta por la falta de comprensión o las etiquetas. No es infrecuente que a la impotencia del malestar psicológico se añada el dolor de ser juzgado con dureza: eres un inmaduro, te lo mereces, deja de quejarte que hay mucha gente peor que tú... El papel de la familia será distinto según la enfermedad. Es clave que traten con cariño y acojan al enfermo, que acudan al auxilio de los expertos, y no caigan en acusaciones o lamentos estériles por el pasado. He visto muchas veces padres que se sienten de algún modo culpables por la enfermedad de los hijos… o también hijos que se sienten responsables de las patologías de sus padres… Un buen conocimiento de la enfermedad mental les ayudará a vivir con serenidad: quizá descubran algunas deficiencias personales que pueden haber influido, pero centrarse en ellas será inútil. Con mucha probabilidad han hecho lo que sabían o podían…, por lo que no sirve culpabilizarse, sino poner todos los medios para mejorar.
                                                                               
A la hora de enfocar el estrés, la ansiedad, una posible depresión: ¿Cuáles son las señales que nos pueden alarmar?

Las señales de alarma suelen ser reconocibles, pero hay que hacerles caso, para que no suceda como con las sirenas que se oyen en las ciudades, a las que nadie presta atención, o despiertan la rabia: ya está el de siempre haciendo ruido… No podríamos aquí describirlas todas. Siempre que estemos en una situación de sufrimiento que no comprendamos vale la pena bajar el ritmo, dedicar un tiempo a ver qué nos sucede o qué le sucede a quienes nos rodean. 

Algo de estrés o un poco de ansiedad resultan útiles: ayudan a estudiar un examen con más atención, a huir del peligro... Pero, así como un hierro fuerte puede romperse con el uso excesivo y prolongado, por el desgaste del material, la salud se perjudica ante el estrés crónico, que conviene reconocer y evitar.

Un ejemplo es el burnout (literalmente estar quemado) o estrés profesional, que para muchos es simplemente una forma de depresión. Se observa en personas que se dedican a servir o cuidar de algún modo a otras. Se ha descrito en enfermeras, médicos, profesores, sacerdotes..., en madres o padres de familia. En un determinado momento se agotan, pierden eficacia y comienzan a considerar a quienes acuden a ellos (un paciente, un alumno, un hijo…) como un problema indeseable. El derrumbe suele ir precedido de manifestaciones más leves: hay quienes “se matan trabajando”,  para ellas y ellos no hay horarios, son los únicos salvadores de la humanidad… A lo que se añade un: nadie me comprende, no valoran mi trabajo, todo me cae a mí.

No solo ellos han de descubrir las alarmas y profundizar en el sentido de su trabajo. La sociedad y las instituciones tienen una gran responsabilidad, por las obligaciones que imponen, por cómo cuidan el ambiente laboral, por el ejemplo de los directivos, etc. Estoy convencido, como tantos colegas, de que muchos casos de burnout no se darían si, por ejemplo, los hospitales tuvieran horarios más racionales, más humanos… No se me escapa que esto requiere aumento del costo, pero seguramente supondrá un ahorro, al no tener que sustituir al personal desgastado… Algo similar podría decirse de otras empresas o instituciones.

En el caso de la depresión, que llega a afectar al 15 % de la población, las señales de alarma se resumen en una tristeza exagerada que se acompaña de apatía, falta de iniciativa, irritabilidad, insomnio, etc. A diferencia de lo que llamaríamos tristeza normal, no siempre hay un estímulo desencadenante, la respuesta es desproporcionada, dura por más de dos semanas y con frecuencia se acompaña de síntomas físicos.

¿No se corre el peligro de identificar los problemas psicológicos con las dificultades espirituales?

          En el ser humano hay tres dimensiones en estrecha unidad: la orgánica o más material y biológica, la psíquica que comprende una cierta inmaterialidad cercana a lo orgánico, y la espiritual. Una grieta en cualquiera de estas dimensiones, si es lo suficientemente profunda, puede hacer caer el entero edificio.

Por último, ¿cuándo se necesita un médico, un psicólogo o un sacerdote?

El sacerdote está llamado a mostrar, a pesar de sus limitaciones personales, el rostro misericordioso de Cristo. Con su palabra y sus gestos sabrá ser psicólogo sin hacer psicología. Todos se beneficiarán de su consejo y en especial de los sacramentos. La confesión de nuestras culpas, pedir perdón y recibirlo explícitamente en nombre de Dios es un gran estabilizador de la personalidad. Pero, como he dicho, hay muchos factores que pueden alterar la salud, y en la duda será conveniente el recurso a un profesional de este campo. El sufrimiento psicológico es tan cercano a la esfera espiritual, que a veces una distinción neta no es posible. 

Quien pasa, por ejemplo, por un momento de depresión, ansiedad, o escrúpulos obsesivos, difícilmente podrá discernir si se debe a algún defecto psicofísico o a un problema de conciencia moral. Pero un buen profesional sabrá orientar en algunos casos hacia un confesor o director espiritual, y estos sabrán orientar también hacia el médico. Entre todos se buscará aliviar a quien sufre. Cuando era estudiante escuché a un médico decir: tu no curas una herida, curas a una persona. 

Un buen profesional estará atento a los aspectos espirituales, que diferencian a su paciente del “paciente” de un veterinario. Es decir, tendrá presente sus miedos, sus sentimientos de culpa, su relación con otros seres humanos. Y, si el enfermo es creyente, le facilitará si lo desea la cercanía de un sacerdote, o ministro de su confesión religiosa. El tema del sentido de la vida y del sufrimiento pueden surgir con naturalidad y ¡cuánto sirve a las personas poder hablar de esto!
Curando personas.pdf

Fuente: Mundo Cristiano, nº 675-676, Julio/Agosto 2016, pp. 82-84
Autor: Juan C. Ortega

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