Han despedido a un profesor de Utah por
dar una clase de historia del arte donde aparecían cuadros de desnudos. No
merece la pena perder tiempo en comentar una idiotez como esta, pero la noticia
se presta a una pequeña aclaración que naturalmente no tiene nada que ver con
cuestiones morales porque en este caso la moral probablemente no viene a
cuento.
Se trata de una aclaración muy sencilla.
Sin desnudo (es decir, sin cuerpos en su condición más pura y “creatural”)
tampoco hay arte. El cuerpo humano es la obra maestra de Dios, que Dios habría
querido siempre en su más pura quintaesencia, si Adán y Eva no hubieran liado
la que liaron. A partir de esa preferencia original, el cuerpo se ha convertido
a lo largo de la historia en el motivo generador de las más grandes
experiencias artísticas.
Hay un magnífico ensayo de Luciano
Bellosi, gran y delicadísimo historiador del arte, donde se cuenta una historia
muy reveladora. Bellosi estaba estudiando uno de los grandes misterios de la
historia del arte italiano, los frescos del Camposanto de Pisa, que gracias a
sus estudios se atribuyeron a Buonamico Buffalmacco. A lo largo de su
investigación, Bellosi llegó a este descubrimiento: en torno a 1345, en Italia
había tenido lugar una profunda revolución en el mundo de la moda. Gracias a la
aparición de un nuevo estilo procedente de Francia, las mujeres empezaron a
vestir ropas más ceñidas, mientras que entre los hombres se difundió el uso de
las calzas, que fueron el prototipo de lo que sería el pantalón. Era un adiós
definitivo a los ropajes unisex, anchos y largos, con forma de saco, que
encontró la reprobación, entre otros, del viejo Boccaccio.
La constatación de que este giro moderno
en la moda tendría una fecha muy concreta fue un elemento decisivo para su
investigación, por la confirmación de la paternidad de Buffalmacco en tan
importante ciclo. Pero al margen de esto, Bellosi hacía otra reflexión muy
interesante. Aquel giro en el mundo de la moda, que marcaba de un modo tan
evidente y “escandaloso” los cuerpos de la gente y diferenciaba a hombres y
mujeres, sirvió de espoleta para la mayor revolución artística del último
milenio, la de Masaccio, Donatello y Brunelleschi. Una revolución cuyo centro
era la poderosa percepción de la fisicidad y de la realidad concreta de los
cuerpos. Los héroes de Masaccio vestidos tan modernos (cuando están vestidos)
también eran el fruto de esta contaminación cotidiana. Porque sin cuerpos no
hay arte, por mucho que esto turbe a los irreductibles moralistas de Utah.
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